BUREAU OF PUBLIC SECRETS


 

 

REFLEXIÓN DOBLE

Prefacio a una Fenomenología del
aspecto subjetivo de la actividad crítica-práctica

 

“Cuando el pensamiento ha encontrado su expresión correcta... lo que
se consigue por medio de una primera reflexión, viene una segunda reflexión,
que se refiere a la relación entre la comunicación y su autor.”

(Kierkegaard, Post-scriptum a “Migajas filosóficas”)

 

 

Obertura
El teórico como sujeto y como rol
Seguidismo o colonización por la teoría
Cómo hacer amigos e influir en la historia
El desvío afectivo: alternativa de la sublimación
Soñadores despiertos
Notas


Obertura

“Tarde o temprano la I.S. tendrá que definirse como una terapéutica.” (Internationale Situationniste nº 8)


Cada vez que un individuo redescubre la revuelta, evoca sus experiencias anteriores, las cuales vuelven a él como recuerdos súbitos de su infancia.

Ya sabemos que “cuando el sujeto se sume en la locura, practica la teoría o participa en una revuelta... los dos polos de la vida cotidiana — contacto con una realidad estrecha y separada, por una parte, y contacto espectacular con la totalidad por otra — son simultáneamente abolidos, abriendo el camino para la unidad de la vida individual” (Voyer).

Ahora bien, la locura tiene sus inconvenientes(1), y no disponemos todos los días de una revuelta; pero la práctica de la teoría siempre es posible. ¿Por qué, entonces, se practica tan poco?

Por supuesto, hay aquí y allá personas desinformadas que no la conocen todavía. Pero, ¿y los que sí la conocen? ¿Y los que han descubierto que, a pesar de sus innegables dificultades, la actividad crítica-práctica es tan a menudo cómica, absorbente, significativa, euforizante y divertida — lo que, al fin y al cabo, no es muy corriente —? ¿Cómo es que olvidan, que llegan a desviarse imperceptiblemente del proyecto revolucionario al reprimir totalmente los momentos de realización que habían encontrado en ella?

Los que no hayan experimentado esto simplemente se preguntarán por qué nos involucramos en esta extraña actividad. Pero a los que saben por qué, debe extrañarles que la practiquemos tan poco y tan erráticamente. Los verdaderos momentos de entusiasmo y de consecuencia llegan a nosotros casi exclusivamente por azar. Nos falta la conciencia de por qué no hemos hecho lo que no hemos hecho. ¿Por qué no nos rebelamos más?

Marx entiende la actividad crítica-práctica como “actividad humana sensible”, pero no la analiza como tal, como actividad subjetiva.

Los situacionistas entendían el aspecto subjetivo de la práctica como una cuestión táctica. (“El aburrimiento es contrarrevolucionario”). Ellos plantearon la cuestión correcta.

Ya es hora de que examinemos esta actividad en sí misma. ¿En qué consiste? ¿Qué produce en quienes la producimos? Mientras que los sociólogos estudian al hombre en su comportamiento “normal” — es decir, reducido a la supervivencia, a una suma de roles, de banalidades —, nosotros vamos a estudiarlo cuando actúa para suprimir todo esto: Homo negans. “Al actuar sobre la naturaleza exterior para transformarla, transforma al mismo tiempo su propia naturaleza” (Capital).

Los trabajadores se están convirtiendo en teóricos, y la práctica de la teoría en un fenómeno de masas. ¿Por qué emprender ahora esta investigación? ¿Por qué, camaradas, no se ha emprendido hasta ahora?

 

El teórico como sujeto y como rol

HOLMES: “Mi espíritu rechaza el estancamiento. Dadme problemas, dadme trabajo, dadme el criptograma más abstruso o el análisis más intrincado y me encontraré en mi salsa. Entonces puedo prescindir de estimulantes artificiales. Pero detesto la rutina mate de la existencia. Por este motivo he escogido este oficio particular, o más bien lo he creado, ya que soy el único en el mundo (...) En tales casos, no pido ningún reconocimiento. Mi nombre no figura en los periódicos. El trabajo en sí mismo, el placer de encontrar un terreno donde desarrollar mis peculiares capacidades, son mi mayor recompensa.”

WATSON: “Sí, en efecto. Nada en mi vida me ha impresionado tanto. Hasta el punto de que los he expuesto en un pequeño folleto.”

—Arthur Conan Doyle, El signo de los cuatro


La alienación del proletariado consiste en esto: su trabajo tiene sustancia, pero no libertad; su ocio tiene libertad, pero no tiene sustancia. Las consecuencias de lo que hace no le pertenecen, y lo que le pertenece no tiene consecuencias; no se juega nada. (De ahí la atracción por los “juegos peligrosos”: juegos de azar, alpinismo, legión extranjera, etc.)

Es esta esquizofrenia social, esta desesperada necesidad de ver su propia acción, de hacer algo que les pertenezca de veras, lo que hace que masas de gente se entreguen a la artesanía o al vandalismo y que otras traten de suprimir la escisión atacando la separación de forma unificada, entregándose a un vandalismo coherente: la artesanía de lo negativo.

¿Qué se siente? Tu ya lo sabes, lector, o al menos lo supiste alguna vez. Es como cuando compartes un secreto
o cuando gastas una graciosa broma. Pero este sentimiento es rechazado al margen de la vida para que su imagen pueda acaparar el primer plano. Acaba por ser olvidado.

Bueno, nosotros no queremos olvidar. Una revolución es la broma más graciosa que puede gastarse a una sociedad que es un mal chiste.

Para los propósitos de mi investigación, distingo artificialmente aspectos de la actividad revolucionaria que son inseparables. Por la simplicidad de la expresión, hablo del “teórico” — el que practica la teoría — para examinar un tipo de actividad cuyas modalidades son, en algunos aspectos, muy diferentes de las de una masa de gente que un buen día se rebela sin haber pensado mucho en ello la víspera. Aunque ciertos fenómenos examinados aquí son comunes a todos los momentos de la actividad de la negación radical, otros están obviamente superados en el momento en que se produce una rebelión de masas. Este prefacio concierne principalmente a la situación del revolucionario en una situación no revolucionaria.

La práctica de la teoría comporta satisfacciones peculiares, pero también tiene sus escollos, que plantea su relación desigual con el conjunto del movimiento revolucionario y el hecho de que el teórico es un individuo reprimido como cualquier otro. El movimiento de la historia es una fuerza temible para vincularse a ella: te emborrachas de claridad, pero te emborrachas también pronto de ilusiones.

De esta forma, nuestra(2) Fenomenología será al mismo tiempo una Patología.

* * *

El arrebato negativo es la actividad crítica concentrada y secuencial que engendra una ruptura orgiástica más o menos continua del efecto espectacular. En el arrebato negativo (entendiendo “arrebato” en el sentido de la droga, como una euforia casi incontenible) se produce una especie de “efecto dominó” sobre los bloqueos ideológicos; la destrucción de una ilusión nos lleva a examinar otras más detenidamente; la acometida de un proyecto práctico evoca otros que lo corrigen, lo refuerzan y lo amplían; una idea sigue a otra en una sucesión tan rápida que el teórico es absorbido, poseído, como un medium que transmite al movimiento histórico mismo su propio oráculo; la complejidad del mundo se hace tangible, transparente; él ve las encrucijadas de la elección histórica. Cuando se desprende de la pasividad vulgar y empieza a moverse teóricamente, marcando el paso vertiginoso de los acontecimientos, sus pies le son arrebatados como lo son las masas en el momento insurreccional. (Una insurrección es un arrebato negativo público). Pero aunque estas masas no estén preparadas para la explosión que amenaza violentamente la vieja realidad y la “cordura” que la acompaña, están acompañados en su crisis, y pueden ver así que es una crisis general y no sólo personal. El teórico radical, por su parte, debe estar preparado para la crisis personal que puede suponer la comprensión radical y la elucidación de las crisis generales de la sociedad. En terrenos en los que está indefenso, el teórico descubre de nuevo alienaciones contra las cuales hemos desarrollado defensas parciales religioso-caracteriales. La forma mercancía reaparece en cada nueva fase. La teoría del valor se ve como una teoría con valor, y el teórico como su profeta. El concepto revolucionario se convierte en su musa. Está enamorado. Él se opone al militante porque sirve a su diosa con fervor. La situación es ambigua. La teoría puede corregir sus excesos mistificados o bien, en su chifladura, el teórico puede simplemente enloquecer y hundirse en un narcisismo teórico.

Hay también arrebatos negativos colectivos. El encuentro de proyectos congruentes desarrollados en paralelo puede cortar las petrificaciones, dudas y puntos muertos respectivos, llevando los esfuerzos de cada persona a
una perspectiva más amplia y precisa. Un solo encuentro decisivo puede, en un momento dado, desencadenar una verdadera traca de actividad subversiva durante varios días, actuando una persona o un texto como catalizador de un pequeño círculo. Las relaciones históricas se convierten en relaciones personales. (“Si estás profundamente ocupado estás más allá de todo embarazo”). Los gustos dispares de la supervivencia son relegados a un segundo plano. Todos descubren que tienen un sentido común del humor (ya que, donde hay contradicción, está presente lo cómico). La bacanal es a menudo muy contagiosa, infectando a aquellos que normalmente no participan con un deseo de ir más allá de una simple exaltación por contacto.

Pero esto no dura. Sin contar los innumerables impedimentos objetivos que pesan sobre este tipo de esfuerzo, podemos advertir que lo que produce la reacción en cadena es menos una “masa crítica” que una masa de críticas, un choque de desafíos. Saltan chispas de polos independientes que se cruzan. Cuando los polos se atraen, sus cargas se neutralizan en felicitaciones mutuas, la contradicción se pone en un pedestal y se olvida, y el grupo se estanca. Todo lo que tienen en común son ilusiones de participación colectiva y recuerdos de una época en que dicha participación no era ilusoria.

* * *

A diferencia de la pura pretensión revolucionaria, el rol revolucionario es una ilusión con fundamento. No es sólo una estupidez que puede eludirse diestramente siendo sincero o modesto, sino un producto objetivo engendrado sin cesar por la actividad revolucionaria, la sombra que acompaña a la realización radical, la posibilidad reaccionaria, el efecto de retroceso interior o exterior de lo positivo.

Lo positivo es la inercia de lo negativo. Vemos así degenerar la acción negadora en militantismo (imitación de lo negativo, práctica de la repetición), o que el juicio desmistificado de alguien sobre sus posibilidades conduce a un logro que trae consigo una remistificación de estas mismas capacidades (megalomanía revolucionaria). El espectáculo, sacudido por lo negativo, reacciona buscando un nuevo punto de equilibrio, incorporando lo negativo como momento de lo positivo. El rol revolucionario es la forma que asume el restablecimiento de este equilibrio en cada individuo. El carácter del revolucionario es objetivamente reforzado por el espectáculo de su oposición al espectáculo. La ruptura de los velos de la falsa conciencia (de la ideología y del efecto del espectáculo) coloca al sujeto negador en abierta contradicción con la propia organización de la inconsciencia (carácter, capital) y con su defensa más cerrada (coraza caracteriológica, Estado). La organización de la inconsciencia se protege como un neumático a prueba de pinchazos: utiliza la propia actividad negadora para parchear y sellar los pinchazos. Al igual que una clase dominante ofrece a algunos revolucionarios un lugar en el gobierno cuando se encuentra apurada, el carácter proporciona al sujeto una “mejor posición”, desde la que asume un interés psicológico personal en el mantenimiento del estatus-quo espectacular-revolucionario. La insatisfacción se transforma en autosatisfacción por haberlo hecho tan bien. La “personalidad” se apunta el tanto de lo que era un esfuerzo por la liberación personal. La política conforma el carácter.

(Pero no hay excusas para la falsificación. Nada será más vulgar que los futuros “teóricos” lamentando, con una autoindulgencia neodostoyevskiana, los roles-trampa que les depara su difícil posición de teóricos. Se trata simplemente de entender las bases objetivas que engendran el rol o justifican la pretensión para captar mejor el rol y rechazar lo antes posible al simulador.)

Es a veces difícil trazar un camino entre el uso del rol revolucionario para resolver problemas individuales y el uso del rol de no-revolucionario para defendernos de la dialéctica en la propia vida cotidiana. Es comprensible que un trabajador quiera que su trabajo esté tan separado como sea posible de sus esfuerzos por vivir. Pero el revolucionario vuelve a sentirse en un aprieto cada vez que alguien le pregunta “¿qué haces?”. Precisamente en la medida en que no es militante, no puede simplemente dejar su “trabajo” en el guardarropa antes de entregarse al “placer”. Cada vez que suprime su condición de revolucionario muere algo en él. Se ha suprimido parte de él. Se trata de una mentira, una automutilación, una traición. Pero si se identifica como “revolucionario” surge toda una serie nueva de problemas, sin tener en cuenta las burdas malinterpretaciones que esto provoca en un extraño (que lo asimila inmediatamente al militante). De ahí la miseria particular de las relaciones amorosas en el medio situacionista (además de casi todas las que comparte con cualquier otro): tentativas patéticas de engendrar toscamente amor a partir de la camaradería o camaradería a partir del amor, aislamiento espectacular como género de personalidad especial y misteriosa (fenómeno groupie); efecto pigmalión (el revolucionario descubre que su amante es la imagen misma — y únicamente la imagen — de su práctica; cuya afirmación automática de todas sus acciones es la encarnación de la debilidad y la autodepreciación que detesta), etc. En realidad, en sus esfuerzos por unir sustancia y pasión, los revolucionarios viven en miniatura el conflicto entre la crisis del viejo orden y los signos que anuncian el nuevo, signos que permanecerán necesariamente todavía mucho tiempo casi exclusivamente inscritos en lo negativo. Las viejas formas marginales de juego aislado y separado — arte, bohemia, amor romántico — están cada vez más excluidas de la planificación global de la vida, lo que simplifica el problema creando nuevas complicaciones a otro nivel: el diálogo se encuentra ante el hecho de que debe ocuparse de suprimir las condiciones que suprimen en todas partes el diálogo. El diálogo es revolucionario o no perdura, y empieza a comprenderlo.

 

Seguidismo o colonización por la teoría

Rechaza su pensamiento sin tenerlo en cuenta porque es suyo. En toda obra de genio reconocemos nuestros propios pensamientos rechazados: vuelven a nosotros con una cierta majestad alienada... Mañana un extraño dirá con magistral sentido común precisamente lo que hemos pensado y sentido siempre, y tendremos que aceptar vergonzosamente nuestra opinión de la boca de otro.”

—Emerson, “Confianza en sí mismo”


En algunas carreras (como el ciclismo), si te acercas lo suficiente al corredor que va delante, puedes avanzar sin esfuerzo — el que va delante corta el viento y crea un vacío que te aspira. El seguidista es una persona que mantiene una relación tal con la teoría o con los teóricos revolucionarios: por mucho que “avance”, siempre sigue la rueda de los demás.

La relación seguidista sólo tiene sentido en un contexto de creatividad, de contenido cualitativo. (En este sentido, la linearidad en la analogía de la “carrera” puede resultar engañosa). Este fenómeno es conocido por los escritores que tratan de desembarazarse de la influencia irresistible de su maestro y de encontrar “su propia voz”; se da también en los rápidos cambios de formación de los grupos musicales, en los que cada miembro deja el grupo para formar el suyo, cuyos nuevos miembros formarán a su vez, algunos años después, sus propios grupos. Por lo tanto, no hay seguidismo en el medio izquierdista, donde lo cualitativo está ausente y donde la relación líder-seguidor, lejos de considerarse problemática, es más bien perseguida; o si es vagamente percibida como un problema, es fácil escapar de él para los que lo sufren. (No hace falta mucha dignidad para tomarse a mal una manipulación patente, ni mucha iniciativa para rechazarla, ni mucha imaginación para eludir un medio que obliga artificialmente a la falta de inteligencia.) El seguidismo es la “enfermedad del progreso” del sector más avanzado del movimiento revolucionario. Cuanto más objetivamente correcta es la teoría, más fuerte es su imperio sobre el seguidista.

La conciencia de la práctica humana es ella misma un tipo de producción humana en la que participan masas de gente de formas y con grados de conciencia diversos. La teoría expresada es únicamente un momento de este proceso, un producto refinado de las luchas prácticas, una conciencia momentáneamente cristalizada en una forma que será de nuevo descompuesta en materia prima para otras luchas. Sólo en el mundo invertido del espectáculo revolucionario, este momento visible de la teoría parece la teoría misma y su articulador inmediato su creador.

La alienación del seguidista en el mito de la revolución (que es el resultado de su propia actividad semiconsciente) se expresa así: cuanto más se la apropia, menos autónomo es; cuanto más participa parcialmente en ella, menos comprende sus posibilidades de participar totalmente. El seguidista mantiene una relación alienada con los productos de su actividad porque se aliena en el acto de producción (su actividad no es apasionada, sino impuesta, no satisface un deseo de revuelta, sino que es sólo un medio de satisfacer otros deseos, por ejemplo ser reconocido por sus semejantes) o del acto de producción (su participación tiende fuertemente hacia el aspecto distributivo(3) del proceso).

Fundamentalmente, la coherencia es menos el despliegue de la teoría o de la práctica de cada uno como el de la relación entre la teoría y la práctica. Podemos constatar así que el seguidista sufre un desequilibrio teórico-práctico: se apodera de teoría en proporciones que no tienen relación con el uso que hace de ella, o se compromete en una práctica que siempre ha sido iniciada por otros. Se trata de un tipo de apropiación que llega siempre demasiado tarde. El seguidista está asegurado contra todo riesgo. No descubre, sino que está informado — de qué libros son esenciales, cuáles rebeliones fueron las más radicales, quiénes son los ideólogos y cuáles las razones convincentes para romper con alguien... Vaya donde vaya, alguien ha estado antes allí. La teoría general es su espectáculo personal. Pero es hasta tal punto esclavo de la teoría que, cuanto más impotente le hace ésta, más siente la necesidad de proseguirla, suponiendo siempre que la revelación mágica que va a permitirle finalmente “entender” qué hacer y cómo está a la vuelta de la esquina. Se encuentra encerrado en este círculo vicioso, hasta el punto de que cuando da con un terreno en el que nadie le ha precedido supone que ello se debe a que no era lo “bastante importante” — como si no hubiese millones de proyectos subversivos que merecen la pena, la mayoría de los cuales ni siquiera han sido concebidos. El resplandor de la subversión pasada engendra una estrecha ortodoxia de facto en cuanto a lo que constituye una “práctica coherente”.

El seguidismo es el problema organizacional permanente de nuestra época. Alguien que es localmente autónomo puede ser seguidista en relación con el movimiento en su conjunto o con sus teóricos más preclaros. (En última instancia, el proletariado es colectivamente seguidista cuando lucha por la autogestión de su propia teoría). Hablando en términos generales, la lectura práctica de un texto radical se caracteriza por una actitud crítica que parece casi despiadada, por cuanto acecha constantemente lo que puede aprovecharse de él y casi no presta atención al mérito intrínseco de lo que no puede aprovecharse. Mientras tanto, la impresión de que “¡es absolutamente fantástico! ¡hay tanto que aprender! ¡Tengo que leer mucho más sobre esto!” anuncia la naciente colonización de la teoría.

Cada revolucionario debe cometer sus propios errores, pero no tiene sentido repetir los que ya han sido cometidos y superados por otros. El problema consiste en descubrir continuamente el equilibrio entre la apropiación de certezas y la exploración de nuevos territorios. Creo que la concepción es el aspecto del que menos puede prescindir el seguidista que trate de escapar de este círculo vicioso. Una vez que se elige y se emprende un proyecto, la consulta de un texto o de una persona es menos mistificadora, porque el punto de contacto es más estrecho y preciso.

Es importante dintinguir al seguidista, que se encuentra en una posición difícil debido a su relación con otros revolucionarios, de la gran masa de parásitos a los que simplemente les encanta relacionarse con revolucionarios o hacer saber a otros que lo hacen. El parásito cree que está por delante de las masas porque su proximidad más o menos accidental a los revolucionarios le permite saber por dónde sopla el viento. Querría apreciar los actos radicales de otros estéticamente, como espectáculos mejores que los que normalmente se presentan. De esta forma, ni siquiera en cuanto espectador ve todo el proceso desigual y contradictorio, sino únicamente sus resultados visibles más recientes. En este sentido, no es espectador de la revolución, sino sólo de su recuperación. Puede ver un millar de personas en las calles, pero no escuchar el contenido de un millón de conversaciones: si la revolución no se sigue de forma clara, lineal y acumulativa, afirma entonces que no existe(4) (y los peores parásitos a este respecto son los revolucionarios retirados). No busca subvertir este mundo, sino reconciliarse con aquellos que quieren subvertirlo. Si su complacencia resulta perturbada, se queja del movimiento revolucionario como lo haría de una mercancía defectuosa o de un político que lo hubiese traicionado, y supone que demuestra su autonomía amenazando con retirar su preciado voto de confianza. El seguidista serio no dudará en separarse de sus mejores camaradas si no encuentra otra forma de desarrollar su autonomía, mientras que para el parásito basta con encontrarse en un medio donde las pretensiones revolucionarias no estén de moda para abandonarlas sin contemplaciones.

 

Cómo hacer amigos e influir en la historia

“¿Cómo?”, me preguntáis. Admito que es una cuestión bastante amplia. Y al tratar de reunir el material para colmarla tendremos que atravesar senderos sinuosos y equívocos, porque depende mucho de vosotros, de vuestra audiencia, de vuestro tema, de vuestro material, del momento, etc. Sin embargo, esperamos que las sugerencias experimentales discutidas e ilustradas en este capítulo os resulten útiles y valiosas.”

—Dale Carnegie, Cómo desarrollar la autoconfianza e influir a la gente por el discurso

El protagonista de una fantasía renacentista descubre (creo que en la luna) la morada de todas las cosas perdidas de la historia, todo aquello que se ha perdido y no se ha encontrado nunca. ¡Imaginad que reuniésemos en una pila enorme todos los proyectos situacionistas perdidos! Sin embargo, nosotros también tendríamos probablemente que subir a la luna para encontrarlos, ya que, como observa Swift, “las pasiones quejicas y las pequeñas vanidades muertas de hambre se transportan dulcemente por su extremada liviandad... y... la ampulosidad y la bufonería, por naturaleza ligeras y sublimes, son las que más alto se elevan”.

¿Cuántas veces hemos visto que se emprende con entusiasmo un proyecto prometedor, se convierte en un aburrimiento y es luego abandonado? ¿Cuántas veces hemos visto ampliarse un proyecto (y un buen proyecto tiende casi siempre a ampliarse) hasta el punto de dominar a su iniciador, de atascarse en la inmensidad de las tareas que se ha impuesto y de acabar rechazando toda experiencia como un militante acabado del PC después de los años treinta? ¿Cuántos de ellos no volverán? ¡Ay!

Es cierto que en la mayoría de estos casos no hemos perdido probablemente gran cosa: ¿cómo va un teórico a elucidar las tareas organizacionales de las masas si no sabe organizar su propio trabajo? ¿Puede alguien criticar la economía cuando no ha llevado a cabo la economía de su crítica?

Tenemos que establecer la morfología del proyecto único. Por ejemplo: concepción —> comienzo —> expansión —> reorientación —> reducción —> ataque final —> realización —> repercusiones; o quizás: estimulación   —> orgasmo —> relajación. Y necesitamos ciertamente cultivar el arte de interrelacionar proyectos. A pesar de los elogios ocasionales de boquilla a Fourier, desafortunadamente hemos visto pocas veces que un revolucionario varíe conscientemente sus actividades, seleccionando dos o tres tipos diferentes de proyectos para poder pasar de uno a otro según su humor, ni que elija un proyecto por su valor educativo, de forma que, como algunos músicos, aprenda al mismo tiempo que comunique, ni que busque cuidadosamente la relación óptima de colaboración-rivalidad con sus camaradas.

No podemos intervenir entre los trabajadores si no sabemos intervenir en nuestro propio trabajo. Los agitadores deben ser agitados. “Preparar nuevos logros, aunque sean pequeños, pero cotidianos”.

(Sí, podemos prever una competencia superficial como resultado de la popularización de las técnicas de la crítica. Por ejemplo, veríamos extenderse la capacidad para redactar un panfleto más o menos “correcto” para cualquier ocasión. Pero la proliferación de este mal uso, al minar las débiles bases de la monopolización de la imagen situacionista por parte de una pequeña minoría, suscitará en cambio dialécticamente su propia superación cualitativa).

* * *


“Es difícil saber si la irresolución hace a los hombres más desdichados que
despreciables y si es peor tomar una mala decisión que no tomar ninguna.”
(La Bruyère, Los caracteres)


El alfa y el omega de la táctica revolucionaria es la decisión. La decisión lo clarifica todo: hace que salga a la luz. Como un rayo de sol que se abre paso entre el cielo cubierto, la proposición concreta dispersa las nubes de la especulación. El método más sencillo para detectar la palabrería huera consiste en comprobar si las decisiones de un individuo le llevan a actuar y si su acción entraña la toma de decisiones. “Ah, ya entiendo, tu piensas x: ¿significa esto por tanto que vas a hacer y?” ¡Pánico! “Esto... no... lo que quería decir...”

Examinemos el entusiasmo de la conversión a una religión o a una novedad: se trata de un breve instante de elección consciente entre formas diversas de sumisión a lo dado. Se da el gran paso y se decide servir a Cristo o unirse a un club de fans o a un grupo político. Sin embargo se atribuye la excitación al contenido de la elección.

La sociedad mercantil contiene esta contradicción: debe suscitar entusiasmos apasionados, tanto para garantizar el buen funcionamiento del mercado ideológico como para mantener la supervivencia psicológica de los consumidores. Pero al actuar así está jugando con fuego: una decisión puede llevar a otra. La mayoría de los revolucionarios consecuentes pueden remontar su evolución hasta el momento decisivo en que determinaron realizar — o más bien dieron con — un acto menor, pero concreto. Muchas veces vacilaban, dudaban de sí mismos, pensaban que lo que hacían podía ser estúpido, o insignificante en cualquier caso. Pero en retrospectiva puede percibirse a menudo que aquella conversación, aquella carta, aquel panfleto o lo que fuese marcó un punto de partida — después, nada fue exactamente igual. De hecho, la vergüenza, el embarazo es prácticamente la marca de este momento, el rubor con el que un individuo muestra que está a punto de perder su virginidad revolucionaria. En materia de subversión, puede empezarse por donde sea. Pero el poder subjetivo del acto es proporcional al grado en que una persona subvierte no sólo una situación, sino también a sí misma como parte de ella. Una amplia experiencia ha mostrado que la crítica de la rama sobre la que estás sentado es el comienzo más excitante, y a menudo esencial. Las práctica de la teoría empieza por casa.

* * *


“Cuando dudes, haz que un hombre cruce la puerta revólver en mano.”
(Raymond Chandler)


La decisión es intervención, ruptura, delimitación. Tiene un carácter arbitrario, aristocrático, dominador. Es la mediación necesaria, el sujeto que se impone al imponerse a sí mismo. La decisión es limitación agresiva: se hace posible un acto por eliminación de otros actos posibles. Es la interposición de un elemento restrictivo arbitrario. (Las palabras “decisión” y “concisión” proceden ambas de la raíz latina para “cortar”).

El elemento restrictivo puede ser accidental. Basta sólo con calcular el elemento azaroso. Los experimentos surrealistas estaban generalmente marcados por un abandono manifiesto a lo irracional y lo imprevisible, lo que equivale a admirar la propia impotencia. En sí misma, la acción del azar es por naturaleza conservadora y tiende a reducirlo todo a la alternancia de un número limitado de variantes o al hábito. Invocamos el azar no por sí mismo, sino como agente de contra-condicionamiento. El uso sistemático del azar es el “desarreglo razonado” de la conducta, según el principio de que el fin del condicionamiento se alcanza por el recto y estrecho camino del condicionamiento mismo. En general, un condicionamiento dominado saca a la luz el condicionamiento oculto dominante.

Existiendo en medio de una confusión tan omnipresente que apenas podemos discernirla — como un pez que tratase de comprender el “agua” — introducimos una rutina más, lo bastante arbitraria para que podamos distinguirla y por consiguiente modificarla, como un fumador que, para dejar el tabaco, decidiese sustituirlo al principio por bombones. Al descubrir un fetiche, lo volvemos contra sí mismo. Quemar o desviar las mercancías no tendría sentido para quienes no estuviesen dominados por ellas. Pero como estamos realmente hechizados por el espectáculo mercantil, podemos convertir el hechizo en contra-hechizo, el fetiche en talismán. La anti-estética anti-manipuladora del desvío no tiene otra base: cuanta menos magia posea una imagen, menos autoridad tendrá para manipular al observador (en el caso límite, la comunicación saca su poder exclusivamente de su propia verdad); cuanta más magia posea, más se ve llevada la autoridad existente a denunciar las condiciones que hacen tal manipulación posible. Sólo nos queda añadir que el desvío no se hace sólo para desmistificar a los demás, sino también a uno mismo.

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“Nada aclara tanto un caso como exponérselo a otra persona.”
(Sherlock Holmes)


“Juzgar lo que tiene contenido y solidez es lo más fácil; comprender es más difícil, y aún lo es más combinar las dos cosas para producir una suma de ambas”, como dijo Hegel hace algún tiempo en otro prefacio a otra Fenomenología. Es bastante sabido que el mero hecho de exponer una cuestión sobre el papel y tratar de responderla ayuda con frecuencia a deshacer un nudo de confusiones. (Por ejemplo: “¿Con qué obstáculos tropiezo actualmente en este proyecto?” “¿Cómo situarme en relación a esta teoría? ¿y a esta persona?” “¿Qué papel tiene tal o cual ideología en la sociedad como un todo?” “¿Qué opciones existen actualmente?”). El secreto reside en parte en la clarificación intrínseca resultante de concentrarse forzosamente en un tema(5) y en parte en la desmistificación subjetiva que procede de la objetivación del problema: al “expresar” (objetivar) los datos, alcanzas un “distanciamiento” que te permite enfrentar mejor el problema (suponiendo que sea algo que se pueda enfrentar). Este proceso de objetivación es el elemento esencial en la eficacia subjetiva de todas las religiones, terapias y programas de “auto-ayuda” (como la confesión a un sacerdote o un psicoanalista, por ejemplo).

La práctica de la teoría tiene menos que ver con victorias — las victorias cuidan de sí mismas — que con problemas. Se trata menos de encontrar soluciones que de descubrir las cuestiones correctas y de plantearlas de forma adecuada. Busca los nexos, las encrucijadas, las elecciones que “marcan la diferencia”. La subversión no pretende confundir las cosas, sino aclararlas — que es precisamente lo que sume al espectáculo dominante en tal desconcierto. Si la subversión parece ajena, es porque este mundo es ajeno. Al contrario que la publicidad, el “arte que oculta el arte”, el desvío es el arte que revela su propio arte: explica cómo ha venido y por qué no puede quedarse.

Al definir las verdaderas cuestiones, forzamos las polarizaciones más radicales y llevamos el diálogo a un plano más elevado. Esto es lo que hace que nuestra influencia sea “desproporcionada” y lo que enfurece a nuestros enemigos. Nuestra estrategia es una especie de “derrotismo revolucionario”: incitamos el rigor y la publicidad aún cuando se utilizan contra nosotros. Nuestro método consiste en exponer nuestros propios métodos; nuestra fuerza procede de que sabemos hacer valer nuestros errores.

Si el teórico posee alguna influencia, la ejerce precisamente para provocar la desaparición de este estado de cosas. En este sentido se desvía a sí mismo, desvía su propia posición de facto. Democratiza todo lo que le separa realmente de los demás proletarios (métodos, conocimientos especializados) y desmistifica las separaciones aparentes (sus realizaciones no son pruebas de su capacidad asombrosa, sino de la asombrosa capacidad del movimiento de su época). Le gustaría que sus teorías se adueñasen de las masas, que conformasen la propia teoría de las masas. Pero, lo que es más importante, trata de hacerlo de forma que incluso el fracaso de sus teorías contribuya al avance del movimiento que las ha probado y las ha encontrado insuficientes. Aunque su teoría de la práctica social fracase, desea que la forma en que practica socialmente la teoría sea ejemplar en sí misma, a la vez que instructiva por la forma en que expone a la luz del día las etapas de su propio trayecto teórico.

¡Es bueno superar, pero es mejor todavía superarse!

Al ser la práctica de la teoría práctica de la claridad, todo individuo que afirme ser revolucionario debería ser capaz de definir en qué consiste su actividad: lo que ha hecho, lo que está haciendo y lo que se propone hacer. Esto es una base mínima absoluta, sin la cual toda discusión sobre teoría, táctica, etc. no es más que verborrea inútil. No alcanzar esta base es un insulto — no tenemos por qué adivinar si alguien está hablando en vano o si cumplirá lo que vagamente promete.

La teoría es la “verdadera confesión” que el proletariado se hace continuamente a sí mismo, el conjuro que exorciza los falsos problemas para plantear los verdaderos. Únicamente hay que decir que el proletariado sólo puede “expresarse a sí mismo” en la lucha por los medios de expresión. Cualquiera que sea la diversidad subjetiva de un millón de miserias diferentes y contradictorias, la solución es unitaria y objetiva, porque la diversidad de la miseria se mantiene por medios unitarios y objetivos. Para el proletariado, “hacer un recuento” de sus propias condiciones es inseparable de un ajuste de cuentas con todo y con todos los que las mantienen.

 

El desvío afectivo: alternativa de la sublimación

“Le he jugado buenas pasadas a la locura.”  (Rimbaud, Una temporada en el infierno)


El principal defecto de todo psicoanálisis — incluido el de Reich — es que considera la neurosis o el carácter como
fenómenos separados, y admite por tanto de forma implícita (aunque sea sólo como ideal irrealizable) la posibilidad de un “individuo sano” dentro de la sociedad actual. Pero atacar el carácter aislado es un intento condenado al fracaso, porque éste no funciona separadamente. Cuando las formaciones del carácter se disuelven, en su mayor parte se reconstituyen de forma ligeramente diferente. La única alternativa es la locura o la muerte. El carácter es la miserable defensa del mundo contra su propia miseria. La exigencia de disolver las defensas del carácter es una exigencia de disolver las condiciones contra las que necesitamos esas defensas. No hay psicoanálisis revolucionario, sino únicamente un uso revolucionario del psicoanálisis.

Se ha admitido comúnmente durante mucho tiempo que la actividad política es a menudo una pobre compensación por el fracaso personal. Pero es igualmente cierto que, en conjunto, nuestra actividad “personal” es simplemente una pobre compensación por nuestro fracaso revolucionario. Una represión refuerza a la otra. La fijación caracteriológica tiende a reproducirse como fijación ideológica y viceversa. Un bloqueo personal refuerza un bloqueo teórico. La ideología es una defensa contra la subjetividad, y el carácter una defensa contra la práctica de la teoría.

Por ejemplo, alguien que intente criticar a una persona or cosa que antes respetaba sentirá a menudo las clásicas resistencias edípicas, como si fuese a matar a su padre: inseguridad, culpa, indecisión, rajándose en el último momento. Adviértase cómo, a menudo, alguien que ha hecho una crítica perfecta siente la obligación de añadir una coda apologética: “Lo siento, hice esto porque tenía que hacerlo; ahora trataré de compensarlo con una aportación positiva”.

Desvío afectivo: actividad crítica doblemente-reflexionada subjetivamente, es decir, interacción consciente entre la actividad crítica y el comportamiento afectivo; orientación de un sentimiento, pasión, etc., hacia su objeto apropiado, hacia su óptima expresión realizable.

La noción de desvío afectivo está indisolublemente ligada al reconocimiento de los efectos subjetivos del trabajo de lo negativo y a la afirmación de un comportamiento lúdico-destructivo que lo sitúa en total oposición a los planteamientos clásicos del psicoanálisis o del misticismo.

Al nivel más simple, la conducta afectiva y la actividad crítica pueden oponerse una a la otra, manipulada la una en apoyo de la otra, sin que haya ninguna conexión directa particular entre ellas (o ninguna consciente, al menos). Debido a las interconexiones de las represiones, cuando el sujeto rompe una coacción, una fijación o un fetiche, se debilitan simultáneamente los dos polos de la mistificación política — empirismo y utopismo —, abriendo el camino para una comprensión práctica de los acontecimientos. El efecto de espectáculo se rompe disolviendo la apariencia de impotencia necesaria o, lo que viene a ser lo mismo, la bruma de una miríada de proyectos “posibles” que nunca se realizarán.

Reich advirtió que, cuando su análisis alcanzaba un punto sensible, el paciente podía sacar a la superficie un chorro de material hasta ese momento reprimido como señuelo, como distracción superficial, una especie de “cohecho” al analista. Yo he descubierto que es posible organizar el “autoanálisis” de forma que el “cohecho” nos compense en forma de incremento temporal de energía y lucidez histórica. El carácter ganará, pero se le puede chantajear, hacérselo pagar retorciéndolo.

A la inversa, pueden emprenderse algunas breves intervenciones subversivas de forma un tanto arbitraria y voluntarista con el simple propósito de salir del bache.

De forma más directa, y por tanto más compleja, el contenido de un afecto puede relacionarse con el de la actividad crítica, pasando entonces de ser su superposición un obstáculo inconsciente a ser una alianza consciente.

El desvío afectivo no pretende realizar las pasiones ni destruir las frustraciones definitivamente. Allí donde la sublimación sustituye la no realización de un plano con la realización de otro, sustitución caracterizada por la represión del deseo original, el desvío afectivo proclama abiertamente su origen como deseo frustrado. Aunque aspira a rendir cuentas con el origen de la frustración, es por su parte diferente de todo síndrome de venganza (fijación sobre el objeto odiado, que elimina también así el deseo original) por el hecho de que el sujeto domina: el objeto particular de agresión (si hay alguno) es considerado un simple medio.

Ese amor perdido, el sueño que acabó demasiado pronto, toda posibilidad perdida es un hecho que reclama ser históricamente corregido. Según una definición del cubismo poético, el desvío afectivo es una “disociación consciente y una recombinación deliberada de elementos”, la yuxtaposición de un afecto y del proyecto revolucionario llevada a un punto de superación de los elementos originales. La superación puede ser una simple negación — un exorcismo de los aspectos derrotistas del afecto o del proyecto — o constituir un enriquecimiento mutuo más positivo. Sólo a través de una perversión espectacular puede verse el deseo como algo que simplemente le “ocurre” a la persona, como presentación unilateral de un objeto fijado a una persona que sólo necesita para ello “tener” deseo de él. La expresión “concebir un deseo” encierra el supuesto de que uno participa en el desarrollo de los propios deseos. Cada posibilidad realizada reclama serlo más aún. El desvío afectivo engendra nuevos deseos a partir de los viejos introduciéndolos en compañía histórica.

Nada es más predecible que la recuperación de nuestras técnicas bajo la forma, por ejemplo, de encuentros dedicados a terapia “anticarácter” con un “planteamiento radical”. (Lo que constituiría la forma más pura de la ideología que se está buscando ahora en sus formas más difusas de “terapia radical” y “cultura alternativa”, ideología que explica la enorme popularidad de Reich, cuyos trabajos se considera, más o menos conscientemente, que aportan el eslabón perdido en la búsqueda de un reformismo psicosocial viable). Basta decir que no cambiaremos el mundo cambiándonos a nosotros, fantasía que se corresponde con la “construcción del socialismo” mediante la construcción del “hombre socialista” (sobre el modelo de Procusto) de los estalinistas. Cualquiera que anuncie como un triunfo revolucionario su capacidad para funcionar mejor está advirtiendo al sistema. El desvío afectivo rompe con la noción de cura permanente. O la represión retorna, como explotación o como síntoma modificado, o bien nunca se fue: pretender cualquier liberación fundamental dentro de la sociedad mercantil es proclamar la propia compatibilidad fundamental con la reificación. Ilusión de permanencia o ilusión permanente.

Están permitidas todas las técnicas, no sólo el psicoanálisis: sólo tienen que partir de una comprensión desmistificada de la totalidad y contener su propia crítica. El desvío afectivo es una escaramuza constante y desengañada en condiciones de doble poder permanente en el individuo.

 

Soñadores despiertos

Las fuerzas que quieren suprimirnos deben primero entendernos, y ello es su perdición. La inconsciencia del espectáculo lo pone ya en cierta medida a nuestra disposición: como si de repente tuviésemos las ciudades para nosotros, como niños corriendo a través de las ruinas silentes de los cuadros de Chirico. Cuando desvías una película, un anuncio, un edificio, una estación de metro, desmistificas su aparente impregnabilidad; por un momento, tu los dominas. Son sólo objetos, tecnología. ¿O no es así? ¿No te sientes como en casa entre ellos?

Insistir en la imagen de la lucha de clases que nos separa del espectáculo es ceder demasiado terreno al enemigo, porque nos separa de nuestra esencia. El espectáculo no es sólo la imagen de nuestra alienación, es también la forma alienada de nuestras aspiraciones reales. De ahí su influencia sobre nosotros. Las fantasías compensatorias extraen su fuerza de nuestras fantasías reales. En consecuencia, basta de puritanismo hacia el espectáculo. No es un “simple” fetiche, es también un fetiche real, realmente mágico, toda una “fábrica de sueños” que expropia realmente la aventura humana. La pasión de Maldoror captura a la perfección la actitud ambivalente hacia el espectáculo, que resulta la apropiada: abrazarlo tierna y sinceramente mientras, con una amorosa y delicada caricia, le partimos el cuello.

Estamos todavía experimentando en la oscuridad. El arma más poderosa que posee la sociedad es su capacidad para impedirnos descubrir las armas de que disponemos y cómo utilizarlas. Tenemos que aplicar un “análisis de resistencias” a la sociedad misma, interpretando en primer lugar no su contenido, sino sus resistencias a la “interpretación”. Toda acción subversiva es tan experimental como un movimiento en el juego infantil de “frío-caliente”: es haciendo la historia como aprendes a comprenderla, jugando contra el sistema como se descubren sus debilidades, sus efectos reactivos. En última instancia, el sentido de las “derivas” era éste. ¿Es sólo una coincidencia que la crítica moderna del urbanismo y del espectáculo surgiese de los investigadores “psicogeográficos” de los 50? Se aprende con más precisión cómo opera el sistema al observar cómo lo hace sobre sus enemigos más precisos.

El movimiento revolucionario es su propio laboratorio y aporta sus propios datos. Todas las alienaciones reaparecen en él de forma concentrada. Sus propios fracasos son los filones que contienen los minerales más preciosos. Su principal tarea es exponer sus propias miserias, que estarán siempre presentes, sea en forma de simples recaídas en las miserias dominantes del mundo que combate o en la de nuevas miserias que sus propios logros crearán. Ésta será siempre la “primera condición de toda crítica”. Cuando el diálogo se haya armado, podremos probar suerte en el terreno de lo positivo. Pero hasta entonces, el éxito de un grupo revolucionario es trivial o peligroso. Siguiendo el modelo de la producción mercantil, tenemos que aprender a fabricar organizaciones con su propia “obsolescencia incorporada”. En la revolución se pierden todas las batallas menos la última. Nuestro objetivo debe ser fracasar claramente, cada vez, una vez y otra. Todo lo fragmentario tiene su lugar para quedarse, su sitio en el espectáculo. Pero la crítica que quiere acabar con el Gran Sueño no tiene “dónde sentar la cabeza”.

Sed crueles con vuestro pasado y con quienes querrían manteneros en él.

KEN KNABB
1974

 


NOTAS

1. El loco realiza la ruptura al precio de la no-intervención. El  individuo se sitúa fuera de la historia, más allá de toda posibilidad  de colaboración. Debe haber método en nuestra locura.

2. Nuestra: La “Fenomenología” no es un libro de próxima aparición. Su desarrollo es una de las tareas proletarias globales de la década que viene. Por el momento, estamos por decirlo así intentando esbozar su tabla de contenidos. Sus próximas entregas (estudios en profundidad, estudios de casos, otros prefacios, críticas de éste) serán realizadas por... ¿quién?

3. “Antes de que la distribución sea distribución de los productos, es (1) distribución de los medios de producción y (2) (lo que es otro aspecto de lo mismo) distribución de los miembros de la sociedad entre los diversos tipos de producción (subordinación de los individuos a determinadas relaciones de producción). Es evidente que la distribución de productos es simplemente resultado de esta distribución, que está incluida en el proceso de producción y determina su estructura.” (Marx, Contribución a la crítica de la economía política.)

4. “En efecto, ¡qué ridículo! ¡y qué llena está la historia de cosas tan ridículas! Se repiten en todos los periodos críticos. ¡Y no es extraño! Ya que, con respecto al pasado, todo se contempla favorablemente y se reconoce la necesidad de los cambios y revoluciones habidos; sin embargo, se oponen por todos los medios a su aplicación a la situación actual. Por miopía y pereza, se hace del presente una excepción a la regla.” (Feuerbach, Principios de la filosofía del futuro.)

5. “La discusión de estas perspectivas lleva a plantear la cuestión: ¿En qué medida es la I.S. un movimiento político?... El debate alcanza cierta confusión... Debord propone, para producir claramente la opinión de la Conferencia, que cada uno responda por escrito un cuestionario que plantee si se estima que hay ‘fuerzas en la sociedad en las que la I.S. puede apoyarse, qué fuerzas serían y en qué condiciones’...” (Actas de la Cuarta Conferencia de la I.S. (Septiembre 1960), en I.S. # 5.)



Versión española de Double-Reflection. Traducción de Luis Navarro revisada por Ken Knabb. Incluida en el libro Secretos a voces (Madrid, 2001).

No copyright.

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