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Reflexiones sobre la guerra de Vietnam


Desde la Ofensiva Tet [enero-febrero de 1968], la propaganda ha recurrido al engaño con una intensidad cada vez mayor. Mientras que el juego asesino continúa a 10.000 kilómetros de distancia, los periódicos y la televisión en todo el mundo se deleitan con imágenes sensacionalistas de una carnicería intolerable a la que el público está cada vez más habituado. Este lavado de cerebro por partida doble ayuda a la gente a morir, o a observar al moribundo, si es que su sensibilidad no ha sido totalmente adormecida por este desastre cada vez más horroroso.

Los jóvenes estadounidenses van a defender el “mundo libre” del dólar y de las bases militares en el Pacífico, y terminan pudriéndose bajo el fuego de cohetes rusos o chinos en los campos de arroz y las laderas de Vietnam. Los jóvenes vietnamitas en un campo u otro son enviados, voluntariamente o por la fuerza, a una masacre en nombre de “la independencia nacional”, “la liberación nacional”, o “el socialismo”. Tarde o temprano la muerte cesará, cuando la “paz” sea declarada por los amos de los Estados contendientes. Los sobrevivientes de Estados Unidos retornarán a las fábricas, oficinas y granjas de su país; los veteranos inválidos, aquellos que han quedado sin brazos o sin piernas, van a arrastrarse por el resto de su condecorada existencia. En el otro lado del globo, los “héroes de la resistencia” — los campesinos y los trabajadores vietnamitas — volverán a sus campos de arroz o serán arrojados a las nuevas fábricas de la industrialización, para perder pronto las ilusiones que pudieron haber tenido. Ni el régimen capitalista de estilo norteamericano, ni el capitalismo de Estado de Ho Chi Minh pondrán fin a su explotación bajo una dictadura de un Estado policial. Si la burguesía y los terratenientes son expulsados, la burocracia se hará cargo de la misma explotación con una eficiencia aun mayor.

La guerra de Vietnam es parte de la guerra permanente entre los dos bloques capitalistas de la sociedad actual. El juego es básicamente el mismo que en las guerras mundiales de 1914-1918 y 1939-1945 — la dominación del mundo. Lo que ha ocultado este aspecto fundamental es la cooptación y la manipulación de las revueltas campesinas anti-imperialistas que estallaron en Vietnam y en otros lugares cuando las estructuras coloniales se derrumbaron al término de la Segunda Guerra Mundial. Los nacionalistas burgueses o los partidos “comunistas” que llegaron al poder mediante las “guerras campesinas”, con la aquiescencia directa o indirecta de las grandes potencias, asumieron como burocracias gobernantes y convirtieron al campesinado rebelde en tropas jerárquicas cuya lucha en última instancia beneficiaba a un bloque o al otro. Las “guerras de liberación nacional” permiten a las dos potencias opuestas de la Guerra Fría poner a prueba sus respectivos fuerzas sin ir a la guerra directa entre sí. Los Estados recién formados sólo terminan en un mero cambio en la forma de explotación.

Los Estados Unidos, que participan en una política de coexistencia con Rusia y sus satélites, tácitamente aceptan el hecho de que Rusia neutralice la influencia de China mediante la entrega de dosis prescritas de armas a Ho Chi Minh y el Vietcong. Los rusos, por su parte, no tienen razones para temer a una despiadada guerra prolongada que desangre completamente a los Estados Unidos. Este baño de sangre también presenta una oportunidad favorable para China, que está esforzándose por convertirse en un gran poder: la lucha de los dos buitres más grandes por la carroña da tiempo a China para desarrollar su armamento nuclear y para preparar su entrada en el todos-contra-todos del Sudeste de Asia.

En cuanto a la clase obrera, siempre y cuando su existencia no esté directamente amenazada permanece indiferente a los planes destructivos de sus amos. La experiencia de las dos últimas guerras mundiales es trágica, pero instructiva: la mayoría de los trabajadores, como la mayoría de otras personas en cada bando, marcharon detrás de la bandera de sus explotadores, a pesar de la heroica resistencia de un puñado de obreros revolucionarios e intelectuales.

En los Estados Unidos, la participación activa de los estudiantes, los intelectuales y los hippies en el movimiento contra la guerra, aunque significativa, es impotente sin el apoyo de la clase obrera. En cuanto a los sindicatos estadounidenses, son cómplices de las políticas de Lyndon Johnson.

En Europa, los intelectuales tragan y regurgitan las mentiras del campo “comunista”. Cuando la gente como Sartre y Bertrand Russell parlotean sobre los juicios de Nuremberg para denunciar la “agresión” estadounidense y los “crímenes de guerra”, no condenan a la guerra como tal. Evitan cuestionar el contenido social de un conflicto que, lejos de liberar a los trabajadores y los campesinos, sólo puede llevar a un mero cambio de amos; en vez de eso se dedican a emplear la jerga legalista de moda desde la última guerra, lo cual le presta una nueva credibilidad en lugar de exponerla como un mentira. En realidad, los esclavos enviados a la muerte son los engañados y las víctimas de la barbarie de ambos bandos. ¿Qué significado pueden tener para ellos palabras como “agresión” y “crímenes de guerra”, cuando la paz y la guerra son de competencia exclusiva de sus amos? ¿Hemos de creer que esos caballeros que llaman a otros a la resistencia hasta el punto del exterminio total estarían satisfechos si la guerra se librara con bayonetas y rifles en lugar de bombas de napalm y de racimo, o si las bombas de los B52 se lanzaran solamente sobre los combatientes en lugar de arrasar aldeas y volar a mujeres y niños en pedazos?

Todo el mundo es receptivo a la imagen difundida por la propaganda de izquierda orquestada por el estalinismo, que representa el Norte como David derribando a Goliat; todo el mundo es conmocionado por la destrucción; todo el mundo simpatiza con el sufrimiento de una población cruelmente afectada por los últimos veintiocho años; y todo el mundo aplaude ingenuamente el heroísmo de los combatientes sin darse cuenta de que el heroísmo guerrerista es capaz de enmascarar todo tipo de esclavitud y todo tipo de tiranía. De ahí la tendencia generalizada a pensar que la victoria de Ho Chi Minh y el Vietcong sobre los Estados Unidos restauraría una paz “equitativa” en el mundo. El Partido Comunista Francés se ha aprovechado al máximo de este sentimiento popular, especialmente después de los últimos acontecimientos: en Hanoi, Waldeck-Rochet siguió lealmente la línea de Rusia, por lo tanto sirviendo incidentalmente a la política de De Gaulle.

La única manera de detener efectivamente la matanza y prevenir cualquier posibilidad de futuros genocidios es a través de un despertar de la conciencia de los obreros del mundo. La lucha contra la guerra tiene que venir de los obreros de los Estados Unidos y de los obreros y campesinos de Vietnam, y debe estar integralmente vinculada con la lucha por la emancipación del capital, ya sea “democrático” o “comunista”. A pesar de que lamentablemente debemos admitir que actualmente no vemos emerger ninguna de estas perspectivas, no debemos dejar que nada nos impida combatir las mistificaciones que ocultan la verdadera cara de esta guerra, una guerra cuyas víctimas son, como siempre, los obreros y campesinos.

NGO VAN
Abril de 1968

 


Versión española de Reflections on the Vietnam War. Traducción de Ricardo Fuego.

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